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No hay que dejar morir a los muertos…

Es hora de poner nuestra ofrenda de muertos. Ellos llegarán este primero y dos de noviembre y vendrán para consumir la esencia de la ofrenda. Son los muertos que regresan para visitarnos y pedir pan, frutas, sal, agua y, por qué no? aguardiente, tequila, pulque, mole con arroz, tamales, calaveritas de azúcar, amaranto o chocolate, calabaza con piloncillo y uno que otro antojito.

Son los muertos quienes nos dieron vida y no quieren nuestro olvido. Recordarlos es darle certidumbre a nuestra propia existencia, son los muertos quienes nos acompañan en su día. Si, porque el mito y la tradición del Día de Muertos es la forma más eficaz de combatir lo efímero de la vida humana.

El mito también es una realidad, un ritual que viene del pasado, una estrategia del presente para renovarse y percibir lo eterno. El Día de Muertos tiene una significación que rebasa el mero festejo a nuestros difuntos. El más allá es un diálogo con “la otra vida”, es una tradición que nos permite hablar con los que se fueron, con los que ya se nos adelantaron. Es un acto de comunicación trascendental (lo trascendental es parte de lo mágico-sagrado). Es, al fin y al cabo, una comunicación donde los muertos son nuestra raíz, nuestra savia, nuestro equilibrio aquí en la tierra y en el cosmos. La relación con ellos es un acto de memoria, por eso no hay que dejar morir a nuestros muertos. Quien los deja morir no tiene memoria de origen, se le va diluyendo poco a poco.

El Día de Muertos es el acto de rememorar las viejas huellas, rememorar es un combate contra el olvido, renovarse en ellos es vivir. Memoria y olvido son una unidad, pero la memoria es luz, el olvido es obscuridad, es un vacío que nos puede llevar a la nada.

La memoria es el polo opuesto, recordar a nuestros muertos es un tributo que dignifica lo sagrado y la breve estancia de nuestro paso por la tierra. El Día de Muertos es el equilibrio de los vivos que no naufragan, es una fiesta, es parte de nuestra identidad, es una representación colectiva donde todos somos actores: vivos y muertos. No dejemos morir a nuestros muertos.

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